La fotografía de la viejecita de cabello de nieve y rostro angelical se contradice con la descripción que hizo de ella un fiscal norteamericano que, en 1902, la tildó de ser “la mujer más peligrosa en Estados Unidos”.
Este letrado de los patrones mineros que prohibían las reuniones sindicales, remiten a la vida plena de jornadas heroicas y trágicas que transformaron a la maestra irlandesa Mary Harris en Mother Jones.
Mary nació en 1830, en un hogar de militantes irlandeses; conoció el exilio muy joven, cuando su familia huyó al Canadá, donde obtuvo su título de maestra. Ya en Estados Unidos, después de trabajar unos pocos meses, renuncia al estricto convento donde dictaba clases, porque “prefería zurcir que mandonear a niños pequeños” y se mudó a Chicago, donde trabajó como costurera.
En 1861 se casó con George Jones, un obrero fundidor, con quien tuvo cuatro hijos. Junto a su compañero dará sus primeros pasos en la lucha proletaria. Pero seis años después, su marido y sus hijos mueren en una epidemia de fiebre amarilla y, en 1871, un incendio destruye su casa y la fábrica donde trabajaba. Esta tragedia moldeó su personalidad: Mother Jones, organizadora sindical, una gran oradora. La socialista Elizabeth Gurley Flynn, la definió como “la mejor agitadora de nuestra época”.
Mother Jones se incorpora a la organización semiclandestina Caballeros del Trabajo, que reunía a los sectores más explotados del movimiento obrero -entre ellos mujeres, negros e inmigrantes-. A partir de 1890, se suma a los esfuerzos de los mineros para fundar su propio sindicato. En 1904, ingresó al Partido Socialista y, al año siguiente, sería la única mujer entre los veintisiete firmantes del manifiesto fundador de la Industrial Workers of the World (IWW), que llamaba a organizar a todos los obreros y obreras industriales.
Los cambios sociales y económicos que sufría EE.UU. alentaban la lucha obrera. Los empresarios se llevaban millones de dólares a costa de la explotación más descarnada de hombres, mujeres y niños. Las condiciones laborales imponían mutilaciones, enfermedades crónicas y muerte. La voz de Mother Jones repicaba en las minas y las fábricas, se amplificaba en las luchas por la jornada de ocho horas. Cuando le preguntaban dónde vivía, decía “en cualquier parte, allí donde haya una lucha”. Solía compartir las precarias viviendas con los trabajadores, las carpas cerca de las minas, sin contar las estadías en comisarías, juzgados y cárceles.
En 1912, en medio de una violenta huelga minera, organizó un gran movimiento solidario, que incluía movilizaciones de esposas, hijos e hijas de los huelguistas, para rodear y presionar a los patronos.
Luego de ser arrestada, en 1913, por denunciar las duras condiciones de trabajo en las minas, fue sentenciada a veinte años de cárcel por conspiración. Pero su firmeza hizo que el senado del estado de West Virginia investigara las condiciones de las minas. Finalmente, fue liberada y absuelta para evitar mayores repercusiones.
Mother Jones murió a los 100 años. Su última voluntad fue que su cuerpo fuera enterrado en el cementerio del sindicato minero, al que le dedicó su apasionada vida de militancia obrera. El revolucionario León Trotsky, cuando leyó su autobiografía expresó: “¡Qué indefectible devoción hacia los trabajadores, y qué elemental desprecio hacia los traidores y arribistas que se encuentran entre los ‘jefes’ obreros!”.
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