Durante un billón de años era evidente para todos que aparte de la Tierra no había ningún otro
lugar. Luego, entre Aristarco y nosotros nos dimos cuenta que no éramos el centro ni el
objetivo del Universo. Nos dimos cuenta de que el nuestro, era un mundo
diminuto y frágil, a la deriva de un océano cósmico entre miles y millones
de galaxias y billones de estrellas. Nuestro origen y evolución se
debieron a grandes acontecimientos cósmicos. Estamos
hechos de ceniza de estrellas. Por allí arriba en la inmensidad del
cosmos, encontramos que no hay signos obvios de
inteligencias extraterrestres y esto nos hace preguntarnos si las
civilizaciones como la nuestra se precipitan de modo
implacable hacia la autodestrucción. Hay muchos mundos en los
que nunca nació vida, otros quedaron arruinados por catástrofes
cósmicas, pero nosotros nuestro mundo hemos sido
afortunados. Estamos vivos, el bienestar de nuestra
civilización y de nuestra especie está en nuestras manos. Si no
nos preocupamos de nuestra supervivencia ¿Quién lo hará?
La especie humana al querer viajar físicamente a los planetas y escuchar los mensajes de las
estrellas, se enfrenta y domina las admoniciones del cerebro más primitivos de nuestro interior.
Pero nuestras energías se dirigen mucho más hacia la GUERRA. Las Naciones por
desconfianza mutua nunca se preocupan por la especie o por el planeta, se preparan mas bien
para la MUERTE. Y lo que hacemos es tan HORROROSO que tendemos a no pensar mucho
en ello. Toda persona capaz de pensar teme a la guerra nuclear. L. F. Richardson, un
meteorólogo británico muy interesado en la guerra, quería comprender sus causas y después de
reunir un conjunto de todas esas causas, propuso que la curva se prolonga hasta valores muy
pequeños que comprenden los asesinatos individuales y al otro extremo, a gran escala las
guerras, son un continuo; se deduce que la guerra, en el sentido psicológico, es un asesinato
escrito en Mayúscula.
Cuando nuestro bienestar se ve amenazado, tendemos a estallar en rabias asesinas. Y cuando
las mismas causas provocaciones se aplican a estados nacionales, también ellos estallan en rabia
asesinas que fomentan con demasiada frecuencia los que buscan el poder o el provecho
personal. Y a medida que la tecnología del asesinato mejora y aumenta el castigo de la guerra
estos buscan el hacer que muchas personas sientan simultáneamente esas rabias asesinas.
Tenemos aquí un conflicto entre nuestras pasiones y entre lo que a veces se llama nuestra
mejor naturaleza; entre la parte antigua reptiliana y profunda de nuestro cerebro, el complejo
“R” encargado de la rabia asesina y las partes del cerebro mamíferas y humanas, evolucionadas
mas recientemente, el sistema límbico y la corteza cerebral.
A medida de que la tecnología avanzó, mejoraron también los medios de GUERRA. En el
mismo breve intervalo, también nosotros hemos mejorado. Hemos atemperado utilizando
nuestra “razón”, nuestras iras, frustraciones y desesperaciones. Hemos mejorado injusticias que
hasta hace poco eran globales y endémicas. Pero ahora nuestras armas pueden matar miles de
millones de personas.
El equilibrio global de terror promovido por dos naciones tiene como rehenes a los
ciudadanos de la Tierra. Cada nación traza unos limites a la conducta permisible de la otra. El
enemigo potencial recibe la seguridad de que transgredir el limite supone una guerra nuclear.
Cada parte explora continuamente los limites de la tolerancia de la otra. El equilibrio global de
terror es un equilibrio muy delicado. Para la Segunda Guerra Mundial la tecnología de la
muerte avanzó de modo siniestro. Se usaron por primera vez armas nucleares.
Hay pocos indicios de que las motivaciones y la propensión hacia la Guerra haya disminuido
desde entonces y las armas se han hecho mucho más mortíferas. Lo que ya sabemos desde
hace décadas es que; el desarrollo de las armas nucleares y sus sistemas de entrega provocarán
más tarde que temprano un desastre global.
En los últimos años el comercio internacional de armas ha subido considerablemente. Según
una estimación, los beneficios económicos de las empresas que fabrican armas militares son de
un 30% a un 50% superiores a los de empresas en un mercado igualmente tecnológico pero
competitivo. El aumento del costo de las armas militares son aceptados, en una escala que sería
inaceptable en la esfera civil. El secreto militar hace que lo militar sea, en cualquier sociedad, el
sector más difícil de controlar por los ciudadanos. Si ignoramos lo que hacen es muy difícil
detenerlos.
Los premios son tan sustanciosos y los grupos de presión militares de países hostiles
mantienen una brazo mutuo tan siniestro, que al final el mundo descubrirá que se está
deslizando hacia la destrucción definitiva de la especie humana.
¿Cómo explicaríamos la carrera global de las armas a un observador extraterrestre? ¿Qué
informe daríamos sobre nuestra administración del planeta TIERRA? Sabemos quien habla en
nombre de las naciones, pero ¿quién habla en nombre de la especie humana?.
¿Quién habla en nombre de la TIERRA?.... Nosotros hablamos en el nombre de la Tierra.
Debemos nuestra obligación a sobrevivir no sólo a nosotros sino también a este Cosmos,
antiguo y vasto del cual procedemos.
lugar. Luego, entre Aristarco y nosotros nos dimos cuenta que no éramos el centro ni el
objetivo del Universo. Nos dimos cuenta de que el nuestro, era un mundo
diminuto y frágil, a la deriva de un océano cósmico entre miles y millones
de galaxias y billones de estrellas. Nuestro origen y evolución se
debieron a grandes acontecimientos cósmicos. Estamos
hechos de ceniza de estrellas. Por allí arriba en la inmensidad del
cosmos, encontramos que no hay signos obvios de
inteligencias extraterrestres y esto nos hace preguntarnos si las
civilizaciones como la nuestra se precipitan de modo
implacable hacia la autodestrucción. Hay muchos mundos en los
que nunca nació vida, otros quedaron arruinados por catástrofes
cósmicas, pero nosotros nuestro mundo hemos sido
afortunados. Estamos vivos, el bienestar de nuestra
civilización y de nuestra especie está en nuestras manos. Si no
nos preocupamos de nuestra supervivencia ¿Quién lo hará?
La especie humana al querer viajar físicamente a los planetas y escuchar los mensajes de las
estrellas, se enfrenta y domina las admoniciones del cerebro más primitivos de nuestro interior.
Pero nuestras energías se dirigen mucho más hacia la GUERRA. Las Naciones por
desconfianza mutua nunca se preocupan por la especie o por el planeta, se preparan mas bien
para la MUERTE. Y lo que hacemos es tan HORROROSO que tendemos a no pensar mucho
en ello. Toda persona capaz de pensar teme a la guerra nuclear. L. F. Richardson, un
meteorólogo británico muy interesado en la guerra, quería comprender sus causas y después de
reunir un conjunto de todas esas causas, propuso que la curva se prolonga hasta valores muy
pequeños que comprenden los asesinatos individuales y al otro extremo, a gran escala las
guerras, son un continuo; se deduce que la guerra, en el sentido psicológico, es un asesinato
escrito en Mayúscula.
Cuando nuestro bienestar se ve amenazado, tendemos a estallar en rabias asesinas. Y cuando
las mismas causas provocaciones se aplican a estados nacionales, también ellos estallan en rabia
asesinas que fomentan con demasiada frecuencia los que buscan el poder o el provecho
personal. Y a medida que la tecnología del asesinato mejora y aumenta el castigo de la guerra
estos buscan el hacer que muchas personas sientan simultáneamente esas rabias asesinas.
Tenemos aquí un conflicto entre nuestras pasiones y entre lo que a veces se llama nuestra
mejor naturaleza; entre la parte antigua reptiliana y profunda de nuestro cerebro, el complejo
“R” encargado de la rabia asesina y las partes del cerebro mamíferas y humanas, evolucionadas
mas recientemente, el sistema límbico y la corteza cerebral.
A medida de que la tecnología avanzó, mejoraron también los medios de GUERRA. En el
mismo breve intervalo, también nosotros hemos mejorado. Hemos atemperado utilizando
nuestra “razón”, nuestras iras, frustraciones y desesperaciones. Hemos mejorado injusticias que
hasta hace poco eran globales y endémicas. Pero ahora nuestras armas pueden matar miles de
millones de personas.
El equilibrio global de terror promovido por dos naciones tiene como rehenes a los
ciudadanos de la Tierra. Cada nación traza unos limites a la conducta permisible de la otra. El
enemigo potencial recibe la seguridad de que transgredir el limite supone una guerra nuclear.
Cada parte explora continuamente los limites de la tolerancia de la otra. El equilibrio global de
terror es un equilibrio muy delicado. Para la Segunda Guerra Mundial la tecnología de la
muerte avanzó de modo siniestro. Se usaron por primera vez armas nucleares.
Hay pocos indicios de que las motivaciones y la propensión hacia la Guerra haya disminuido
desde entonces y las armas se han hecho mucho más mortíferas. Lo que ya sabemos desde
hace décadas es que; el desarrollo de las armas nucleares y sus sistemas de entrega provocarán
más tarde que temprano un desastre global.
En los últimos años el comercio internacional de armas ha subido considerablemente. Según
una estimación, los beneficios económicos de las empresas que fabrican armas militares son de
un 30% a un 50% superiores a los de empresas en un mercado igualmente tecnológico pero
competitivo. El aumento del costo de las armas militares son aceptados, en una escala que sería
inaceptable en la esfera civil. El secreto militar hace que lo militar sea, en cualquier sociedad, el
sector más difícil de controlar por los ciudadanos. Si ignoramos lo que hacen es muy difícil
detenerlos.
Los premios son tan sustanciosos y los grupos de presión militares de países hostiles
mantienen una brazo mutuo tan siniestro, que al final el mundo descubrirá que se está
deslizando hacia la destrucción definitiva de la especie humana.
¿Cómo explicaríamos la carrera global de las armas a un observador extraterrestre? ¿Qué
informe daríamos sobre nuestra administración del planeta TIERRA? Sabemos quien habla en
nombre de las naciones, pero ¿quién habla en nombre de la especie humana?.
¿Quién habla en nombre de la TIERRA?.... Nosotros hablamos en el nombre de la Tierra.
Debemos nuestra obligación a sobrevivir no sólo a nosotros sino también a este Cosmos,
antiguo y vasto del cual procedemos.
Carl Sagan 1934—1996
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