Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, más de 4.000 eritreos cruzan cada mes clandestinamente las fronteras etíopes hacia suelo sudanés, para huir del régimen totalitario de Isaias Afewerki. El primero y único presidente de la Eritrea independiente ha militarizado la sociedad, con la retórica de una situación de “ni de guerra ni de paz” con Etiopía.
Las razones de la huida
Desde su independencia en 1993, el exlíder revolucionario Isaias Afewerki, de 59 años y formado en la China maoísta, gobierna Eritrea con mano de hierro. Su régimen es considerado uno de los más represivos y paranoico en el mundo. El país se encuentra entre los diez más pobres del globo. En junio de 2014, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU decidió abrir una investigación sobre la situación en Eritrea, una medida adoptada hasta ahora solo en otros dos casos: Siria y Corea del Norte.
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más de 4.000 eritreos cruzan cada mes clandestinamente las fronteras etíopes hacia suelo sudanés, para huir del régimen totalitario de Isaias Afewerki. El primero y único presidente de la Eritrea independiente ha militarizado la sociedad, con la retórica de una situación de “ni de guerra ni de paz” con Etiopía.
Todos los ciudadanos, hombres y mujeres, deben servir en el ejército o en una empresa estatal durante un periodo indeterminado, como si fueran trabajadores forzados. Fugitivos y desertores son considerados enemigos del pueblo: pagan su pena con la prisión y, a veces, con su vida, según indica Amnistía Internacional.
Mebrathon fue enrolado en el ejército con 16 años de edad. “Al principio estaba de guardia en la frontera con Etiopía. Teníamos la orden de disparar a todo aquel que intentara cruzarla. Trabajaba día y noche por un salario de 450 nakfas, unos 30 dólares. La primera vez que intentó escapar tenía poco más de 30 años. Pero los otros soldados lo detuvieron, lo encerraron en una celda subterránea y lo torturaron. Mebrathon enciende un cigarrillo, Se ven aún las marcas de las esposas en sus muñecas.
La segunda fuga lo lleva a Asmara, su ciudad natal, donde pasa tres años en la ilegalidad. “Jamás dormí dos veces en el mismo sitio. Trabajaba como sirviente, con papeles falsos. Pero cuando el ejército comenzó a interrogar a mi familia y la ciudad quedó completamente militarizada, se volvió demasiado peligroso esconderse. Busqué entonces un pasador que me condujera a Etiopía”. El cruce le costó 2.000 dólares. Su hermana le envió el dinero desde los Estados Unidos para pagar los gastos de 18 horas de marcha entre puestos de control y francotiradores.
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